viernes, 1 de marzo de 2013

La especialización.

Con mis 44 años de profesor titular de Anatomía humana, de los que mas de 30 lo han sido, además de Neuro Anatomía, creo haber reunido en mi vida alguna experiencia al respecto de las evaluaciones prematuras del coeficiente intelectual de los niños. Conocido es el caso del Albert Einstein a quien un profesor europeo rechazó por estimarlo incapaz mentalmente.
En efecto, compañeros míos, ex-alumnos y amigos, y también conocidos, me han dado grandes y agradables sorpresas en este terreno. Muchachos que parecían bastante limitados han llegado a ser verdaderas revelaciones y éxitos rotundos en lo profesional, artísticos, social y político.
Es cierto que, en muchos de ellos, han tenido el acierto de especializarse. Me explico, y perdónenme los señores especialistas. No es mi ánimo molestarlos, menospreciarlos. Sólo deseo poner las cosas en su lugar, de acuerdo a mi criterio, naturalmente. Gracias a la especialización que consiste, como es bien sabido en saber más sobre menos y menos, muchos técnicos y profesionales llegan a adquirir un dominio total sobre ciertas materias. En esta forma, manejar, con eficiencia extraordinarias técnicas, aparatos e instrumentos correspondientes a esa parte muy limitada y precisa de la ciencia y del arte que exige esa determinada especialidad.
Como ocurre con muchas de las actividades humanas, también entre los especialistas los hay grandes y corrientes. Los primeros, los grandes, son los creadores, los que investigan, los que marcan rumbos originales. Los otros, los corrientes, son los que "siguen aguas", los que se sub-especializan en determinados problemas, pero que no se aventuran en ciertos terrenos. Son, como diríamos refiriéndonos a cirujanos muy buenos operadores y diagnosticadores de ápendices, intervención en el interior del tórax. En cierta ocasión, uno de estos "cirujanos corrientes", hizo ante los alumnos una apendicectomía en menos de tres minutos y a través de una incisión de unos cuatro centímetros. Admirable, exclamó mi vecino. NO dije nada, pero recordé mi visita a una fábrica de cajones. Jamás me había imaginado que, de un sólo martillazo, un hombre pudiera clavar un clavo en forma tan perfecta a través de una tabla cuyo borde no veía y que medía alrededor de un centímetro de grosor. Es el entrenamiento concluí, porque lo que es yo, o cualquier hijo de vecino, necesita varios golpes de vecino, necesita varios golpes de martillo y lo más probable es que la punta del clavo le aparezca en una de las caras de la tabla que está de canto.

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